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Opinión

Infinito

Publicado

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Por José M Font

Soy un superviviente de un tumor cerebral. Tras sufrir varias intervenciones, mi cerebro quedó dañado y ya no puedo realizar la mayoría de las tareas cotidianas, aunque mantengo mis capacidades cognitivas. Sé que se dañará más, como el de cualquiera, con el paso del tiempo.

Antes de que pierda todas mis capacidades quiero compartir una serie de pensamientos. Mi motivación para escribir es aquella de quienes hemos sentido de cerca la muerte y, antes de irnos, necesitamos comunicar unos pensamientos con la esperanza de que sirvan para que, en el futuro, cambien algunos contextos en medio de los cuales desarrollamos nuestras vidas.

Así que sentimos que tenemos que escribir, nos vemos forzadxs a hacerlo. Desde hace siete años tengo una gran discapacidad que me obliga a ser muy dependiente de mi marido. Yo jamás habría escrito nada si pudiese caminar, comer, realizar con eficacia mis movimientos, ir a trabajar (como hacía antes de que me despidiesen) y ser independiente.

Al permanecer todos los días unas tres horas ante el ordenador, mientras me pasa la toma matutina de la alimentación enteral (una especial que entra directamente al estómago a través de una sonda), he podido dedicar tiempo a sistematizar conceptos que ya tenía. Habrá quien piense que un gran discapacitado de 48 años no puede aportar nada nuevo, pero se equivoca.

En 2022 se produjo y emitió en plataformas de streaming de video de varios países el documental de 79 minutos “Un viaje al infinito” (A trip to infinity), dirigido por Jonathan Halperin y Drew Takahashi. En él, varixs científicxs nos acercan a la noción de infinito, en sus diferentes aspectos.

En el documental aparecen varias ideas, entre ellas la de que todo lo que de hecho existe volverá a existir en algún momento del infinito y la de que existen infinitos “yoes”—ejemplificados en Albert Einstein (1879-1955)— muy alejadxs entre sí.

Lo que sigue no puede ser un dogma. Es un pensamiento propio, pero es el origen de este texto y el motivo principal que ha determinado que elabore la idea de la Congregación del Infinito, una organización de carácter religioso, pero no dogmática, y atea/agnóstica o como mínimo no teísta (también para deístas y panteístas), la excusa perfecta para la formación de comunidades (compuestas por mujeres, hombres y personas de géneros no binarios) feministas, antirracistas, antixenófobas, no (cis)heteronormativas, sobre un sustrato ecologista. Escribo más sobre ella en mi blog infinito5.home.blog

Son mis creencias personales, del mismo modo que cualquiera puede tener las suyas o no tener ninguna. Muchas personas sin fe hacen las mismas reflexiones, según he podido comprobar en internet. Están basadas en una concepción materialista de la realidad. Yo no creo que tengamos un alma o un espíritu que pueda existir separadamente de nuestro cerebro.

Pienso que la noción de infinito debe incluir otros espacio-tiempos que no son el nuestro, otras dimensiones con otras líneas de tiempo, como explican numerosxs físicxs. Para mí es un término que, debido a su inmensidad, contiene todo lo que es posible y donde, lo que hemos podido comprobar que existe una vez puede volver a suceder, salvo que lo consigamos evitar (algo que sería muy deseable, por ejemplo, en el caso de genocidios, guerras y demás terribles  procesos).

Seguramente a cualquier astrofísicx le parezca una idea absurda, sin embargo, tengo asumido que, ante las infinitas posibilidades ofrecidas por un espacio y un tiempo que a mi juicio no tienen final, tarde o tardísimo, lejos o lejísimos, aparecerán un nuevo universo, una nueva Vía Láctea, una nueva Tierra, una nueva biosfera, una nueva criatura humana; emergerás unx nuevx tú.

La vida es como un viaje en tren, que no sabemos si será de corta o larga duración, que tiene origen en el acto de nacer y cuyo destino final es la muerte. Ese viaje tiene diferentes encrucijadas que representarían nuestras decisiones. Puede que tomemos una u otra dirección, pero el final es el mismo.

Yo creo que en realidad hacemos esa travesía una y otra vez. Pero no siempre es igual, unas veces tomamos una dirección en cierta encrucijada y otras veces otra. Tampoco son las mismas, en cada existencia, las condiciones de partida.

Estas creencias me ayudan a sobrellevar la pérdida de mis seres queridxs sin necesidad de recurrir a un dios ni a un alma inmortal que viviría en un cielo. Del mismo modo, me ayudan a afrontar mi situación actual y la seguridad de mi propia muerte.

Cuando ingresado en el hospital he concluido en varias ocasiones, tumbado en una cama, los ojos cerrados, que para mí se acababa todo (afortunadamente me equivocaba y, cuando me he encontrado cerca de expirer, estaba inconsciente), pensar que iba a volver a comenzar la vida, a ser un niño de nuevo, me reconfortaba.

Considero que vivimos, morimos, luego volvemos a vivir y volvemos a morir, una y otra vez, sin principio ni final, aunque no tenemos recuerdos de nuestras vidas pasadas. El concepto de infinito es tan inmenso que todo se repite en él.

Partiendo de la base ofrecida por esta creencia en las vidas sucesivas siendo siempre el mismo ser humano, es fácil llegar a la conclusión de que seríamos mortales pero eternxs, al igual que lo deberían ser el resto de seres vivos (no vamos a caer en el viejo antropocentrismo). En realidad la vida es eterna.

A esta conclusión se puede llegar sin necesidad de creer en un mundo aparte, como un paraíso, un cielo o un valhalla, ni en la existencia de un Señor, de una diosa o de une diose de género no binario. Siguiendo esta posibilidad, vivimos nuestra vida, después morimos y volvemos a suceder, en multitud de ocasiones con diferente suerte, en otro lugar.

Y no importa si esto ocurre muchísimo después, ya que mientras lxs sujetxs en cuestión no están y, por lo tanto, no pueden percibir el paso del tiempo. Para mí es inconcebible la vida de cualquiera como un suceso único e irrepetible en un espacio-tiempo infinito. Según estas creencias, como acabo de indicar, lxs seres vivxs en realidad somos eternxs. Lo que pasa es que no somos inmortales. Morimos repetidas veces. Pero entre muerte y muerte vivimos.

La eternidad, como es explicada por el cristianismo (en el que se especifica que la tienes que pasar en el cielo o el infierno una vez que tu alma haya sido juzgada) siempre me pareció una idea aburrida.

Es mucho más interesante una eternidad discontinua, en la que las muertes se alternan con las vidas, podemos podemos correr distintas suertes, acabar siendo de un modo u otro y no somos conscientes de ser eternxs, o al menos nunca vamos a tener seguridad de serlo. Sobrevivimos en medio de una gran incertidumbre. En ella, la muerte parece algo definitivo.

Creer en la narración del alma y del cielo o paraíso me parece respectable, pero para mí no es deseable ni posible. Los sistemas que imaginan una eternidad continua incorporan un dios, o sea un juez que vigila tu vida y del que no puedes escapar. Hay quienes vemos esa posibilidad como aterradora.

Cuando afrontamos un deceso en nuestro entorno deberíamos pensar eso: que esa persona ya ha vivido y lo volverá a hacer. Que la muerte solo es una etapa en un ciclo en el que aparecemos y desaparecemos en diferentes universos. Cuando esta persona vuelva a ocurrir, habrá veces que no coincidamos con ella; pero, dado que el espacio-tiempo es infinito, las ocasiones también lo son, de modo que habrá otros momentos en los que sí lo hagamos. Quizá estos pensamientos puedan mitigar el duelo.

Diariamente, son multitud quienes han de encarar diagnósticos que les pronostican un desenlace relativamente cercano y sienten pánico ante la idea de desaparecer. Ideas así también podrían facilitar la aceptación de esos horizontes tan funestos.

Estas creencias (siempre sometidas a duda) se podrían resumir en una especie de aceptación de la eterna rueda de las reencarnaciones (principio que guía varias religiones orientales) en la que solamente nos podemos reencarnar en nosotrxs mismxs.

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